Esta fábula, escrita por Ngũgĩ wa Thiong'o, escritor y activista social keniano, nos habla de una relación de igualdad entre todos los seres humanos, donde no cabe la esclavitud, donde la “inclusión” no debería ser un tema a discutir, porque por definición nadie queda fuera. Ese mundo, que podríamos definir como utópico, es algo que la fábula plantea como posible de conquistar. En un tiempo pasado piernas y brazos hacían las mismas cosas, tal como en cualquier animal de cuatro patas. Hasta que la intervención del cerebro y la lengua los llevan a competir para definir quién es mejor. El resultado evidente es que las piernas hacen muy bien ciertas cosas que los brazos no pueden hacer y viceversa. Desde ese día el ser humano adoptó la postura vertical, quedando libres los brazos y las manos, dispuestos al uso de herramientas, característica eminentemente humana.  En este mundo de igualdad entre las personas, representadas en la fábula por las distintas partes del cuerpo, cada uno destaca por algo que lo hace único y que puede poner a disposición de los demás, aportando al todo, que es mucho más que la suma de las partes. “En el cuerpo no hay sirvientes. Servimos el uno al otro…. La unidad es nuestro poder”.